Por Héctor Orozco
Nos pusimos eufóricos, se nos lleno el cuerpo de una adrenalina distinta, porque es sabido que, para este tipo de competencias, solo tenemos pocos partidos y dependemos de muchos factores para llegar al ultimo encuentro, que nos de la chance de jugar una final.
El simpatizante es quien termina coronando en las graderías de los estadios, el colorido de sus selecciones, con canticos, aplausos, gritos, risas y un sin números de gestos y ademanes, que nos sacan los nervios, que no ponen muy eufóricos y que siempre se destacan los blasones de tu país.
Ahí es donde nos tenemos que detener, porque la Argentina, tiene en su bandera los colores celestes y blancos, y un sol en el centro, y que resalta y contrasta muy bien, con el resto de los países del mundo. Pero somos realmente patriotas, cuando podemos acompañar a algún deportista, equipo u otro representante, a una competición internacional y es ahí donde nos sentimos argentinos.
Creo que nos ponemos fastidiosos cuando emblemas de otras naciones, se ven reflejadas en el que hacer diario, ya se en una publicidad, en los cuadernos de los chicos de la escuela, en las prendas de vestir, en cualquier elemento o acontecimiento, donde nos podamos lucir con los colores de nuestra enseña patria y no solamente ponerla en la ventana de tu casa, en un edificio público, en los balcones de los edificios o vestir el centro de la ciudad, porque se nos viene un 25 de Mayo, un 9 de Julio y no podemos ser esquivos ante esas festividades.
Pero nosotros desde principio de siglo, tendríamos que comprender que la gran inmigración que llego a territorio argentino, fueron italianos, españoles, portugueses, franceses, alemanes y que sin querer fuimos avasallados por distintas corrientes e idiomas que tuvimos que adoptar, para lograr una buena comunicación y para que nuestra Nación pudiera tener libertad propia y una identidad bien argentina.
El caso es que los criollos, se terminaron mimetizando con los extranjeros que llegaron en barcos y se formaron familias, con distintas costumbres y con una identidad propia y el que denominamos nacionalismo o patriotismo, se quedo con el propio habitante de esa época, que no quiso o no pudo unirse o amalgamarse, con la corriente de los extranjeros, que poblaron el territorio argentino.
La gran virtud de aquellos soldados que defendieron en las batallas más épicas de nuestra historia, siempre llevó consigo los colores de la bandera del Gral. Belgrano, pero con el paso del tiempo, solo nos animamos a sacarlas en las fiestas patrias, no será que hemos perdido derecho de pertenencia, no solo de los emblemas patrios, sino también del ser o sentirse argentino, en cualquier tiempo y lugar durante los 365 días del año.
Ojala las nuevas generaciones puedan sacar a relucir estos hermosos colores celestes y blancos con amor y dignidad y que no solo sirva para que ante un ente internacional nos den el premio a la mejor hinchada.